Pues la respuesta tiene nombre propio pero dejémoslo en él, mi romeo. Los días con él me hacen sentir así.

Los barcos pasaban y el momento se iba haciendo cada vez más romántico. La brisa del mar me hizo temblar pero él me abrazó y volví a sentir calor. Gracias, le dije, pero mirándome a los ojos dijo: "No las des, una mujer tan preciosa como tú no debería pasar frío".
Allí abrazados, pasamos las horas sin decir nada. Pero nuestras miradas mantenían una interminable conversación. Nos tumbamos para mirar al cielo, yo apoyé mi cabeza sobre su pecho y pues mi mano sobre su corazón. Después, cerré los ojos. Sin apenas darme cuenta pasaron los minutos, sentir el latido de su corazón me había hecho perder la noción del tiempo. Cuando quise darme cuenta la luna ya estaba sobre nosotros. Miré para arriba y allí estaba él, con los ojos cerrados al igual que yo. Repté por su pecho hasta llegar a su oído y dulcemente le susurré: "te adoro".