Eran las seis de la mañana y no me quedaba dormida. Tenía la sensación de que me faltaba algo... Estaba desesperada, tenía que hacer algo que me despejara porque llevaba toda la noche pensando y no sé por qué pero nunca supe cómo dejar la mente en blanco.
Me llegó un olor a sal y se me ocurrió que podía ir a la playa a dar una vuelta... Me vestí y le dejé una nota a mi madre en la mesilla de noche, en ella le dije: "Mamá, voy a la playa un rato. No puedo dormir. Te quiero". Llegué a la playa y puse mi toalla en la arena. Pensé en lo poco que se había basado mi vida en los últimos meses. Tantas pérdidas...
¡Estaba amaneciendo! Era la primera vez que veía el amanecer, pero lo hacía sola... Estaba tan atenta al sol que no me había dado cuenta de que alguien me estaba llamando desde la otra punta de la playa. Saludé con la mano pensando que sería un conocido, pero cuando llegó a donde estaba yo me dí cuenta de que no...
-¿Quién eres?
-No me conoces, ¿verdad?
-Si te conociera no te preguntaría eso.
-Es verdad... Bueno, me llamo John.
-Encantada, yo me llamo Tamara.
-En realidad, ya sabía como te llamabas. Si supieras todo el tiempo que he estado esperando a ser valiente y por fin hablar contigo... No sé si te habrás fijado en mí alguna vez, pero vivo en la calle que está por detrás de tu casa. Siempre me has resultado diferente a las demás, esa manera que tienes de caminar y de fijar la vista a la nada...
-Veo que me has observado bastante, incluso me arriesgaría a decir que me "conoces".
[...]
Seguimos hablando. Parecía que nos conocíamos de toda la vida... Él sabía describir totalmente todos mis gestos, sabía mirar más allá de mis ojos... No sé por qué pero toda esa situación me incitaba a saber algo más de él. Le besé con inocencia. Sabía que detrás de ese beso me esperaba la felicidad.
Hoy, es catorce de febrero; mi primer San Valentín "acompañada".